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miércoles, diciembre 27, 2006

Mi sobrino de 17 años, yo una tia puta y mi esposo un loco

Calor, mucho calor en aquellos días del mes de mayo. Era tan agobiante como el trabajo en la empresa. Todo el día de un lado para otro removiendo papeles y largas horas delante del ordenador. Ante todo monotonía, mucha monotonía.
Pero esta monotonía se rompió el día que mi hermana mayor me dijo que se iba de viaje con mi cuñado y me preguntó si podía quedarse mi sobrino Carlos en nuestra casa durante dos semanas. Si a mí no me hizo mucha gracia menos le hizo a mi marido.
Como ya os expliqué en otros relatos tengo 32 años y trabajo en la misma empresa que mi marido de la cual él es uno de los socios mayoritarios. Él es 8 años mayor que yo y lo conocí en la universidad cuando él era profesor y yo su alumna. Ambos tenemos cargos de mucha responsabilidad y en ocasiones el trabajo nos ahoga y casi no nos deja respirar.
Mi marido me dijo que no veía muy normal que viniera a nuestra casa. La verdad es que tenía bastante razón, sólo lo veíamos por navidad como mucho y nuestro trato con él era prácticamente inexistente. Yo supuse que nuestro sobrino estaría encantado de pasar unos días en casa de sus tíos ricos pues si se mantenía el buen tiempo podría disfrutar de la piscina, pista de tenis y demás lujos de nuestra casa. Lo cierto es que no me equivocaba.
Y así, sin más, al día siguiente lo trajo mi hermana, se despidió de él y se marchó. La situación era un poco incómoda, no sabía muy bien de que hablar con él. Tenía 17 años y estaba en el último curso del instituto. Siempre había sido bastante guapo, era alto y moreno, con el pelo corto pero sobretodo muy tímido lo cual complicaba más las cosas.
Poco a poco los días fueron pasando. Sólo tenía clase por las mañanas y cuando llegaba de trabajar me encontraba a él y a sus amigos disfrutando de la piscina. Ya se había convertido en una costumbre: Yo llegaba a media tarde, cogía un zumo en la nevera y me lo tomaba en la tumbona del jardín mientras contemplaba a los chicos en el agua. Me hacían recordar mi adolescencia, la inocencia, el saber que tienes toda una vida por delante pero que esa vida puede esperar, que para asumir responsabilidades no hay prisa. También me fijaba lógicamente en ellos, en sus cuerpos. Mi sobrino estaba bien formado, simplemente por ser joven y alto, por tener 17 años, pero había un amigo suyo que era el prototipo de metrosexual adolescente. Se veía claramente que iba al gimnasio y se cuidaba como si fuera todo un adulto. Lo cierto es que físicamente lo era. Se llamaba Roberto y era el que llevaba todo el peso del grupo de amigos, el que dirigía todo, el que estaba pendiente de todo, incluso de mí.
Quiero decir que si podía notar en algunas ocasiones las miradas de los chicos, incluso de mi sobrino clavadas en mí, lo de Roberto era tremendamente descarado. Era rara la vez que haciéndome la despistada no lo pillara mirándome. Y no precisamente a la cara. Yo comprendía que era normal con esa edad y no le daba mayor importancia. Además era bastante conservadora vistiendo pues siempre me veían con los trajes y las blusas que llevaba a la oficina. Sin embargo a medida que avanzaba la semana la cosa iba a más y a sus miradas se añadían comentarios en voz baja que no siempre acertaba a escuchar. No sé muy bien si esos comentarios me ruborizaban más a mí o a mi propio sobrino.
Una vez incluso, mientras tomaba mi zumo, salió de la piscina dejando a los demás jugando e intentó mantener una extraña conversación conmigo. Se colocó a mi lado y antes de decirme nada se sacudió su melena rubia salpicándome un poco.
-¡Qué calor verdad!
"Vaya manera de ligar tiene este chico", pensaba yo.
-Sí, sí - dije yo sin inmutarme.
-¿Sabes? A veces nos reímos un poco porque yo digo que estás muy buena y a Carlos le parece mal. Te lo decía para que cuando veas que nos reímos sepas que no es de ti si no de Carlos.
-¿Y? – Le pregunté yo sin mirarle, sin tan siquiera quitarme las gafas de sol.
-Nada, eso, que me parece que estás muy buena.
Yo no se cual pensaba que iba a ser mi respuesta, supuse que esperaba un "tú también", pero no le iba a dar ese gusto a ese ingenuo chico. Sí, estaba bueno, estaba muy bueno en realidad, cualquiera habría caído rendida a sus pies con sólo verlo salir del agua.
-Gracias -. Respondí. Se hizo un silencio incómodo y el chico volvió al a la piscina contrariado.
No se muy porqué, supongo que por aburrimiento, esa misma noche mientras mi marido y yo leíamos en la cama le conté que un amigo de Carlos se me insinuaba descaradamente, que me perseguía con la mirada fuera a donde fuera. Incluso le conté la conversación en la piscina.
-¿Quién, el guaperas?
-Sí, ese mismo, un descarado.
-Bueno, ¿Y que vas hacer?
-¿Yo? ¿Y qué quieres que haga?
-No sé, ¿A ti te excita que se te insinúe? ¿Qué diga que estás buena?
Guardé silencio un instante recordándole. Recordando su cuerpo, las gotas de agua resbalando por sus músculos, por su piel bronceada, a escasos centímetros de mí.
-¡Vaya Cris! Eso es claramente un "sí".
-Es que está realmente bueno, eso es cierto, pero es un presuntuoso y un chulo de tres al cuarto, es simplemente físico.
Nos quedamos callados unos segundos cuando mi marido interrumpió el tenso silencio diciendo:
-Está bien, tengo una idea, a ver que te parece: Como ya sabes y ya hemos hecho otras veces me excita la idea de que te gusten otros hombres, ¿no? Lo que podías hacer es dejarte seducir un poco, que el chico se lo crea y cuando lo tengas donde quieres, cuando el crea que algo va a pasar, lo dejas en su sitio. Así conseguimos las dos cosas, vuelves al chico a la realidad, lo humillas un poco y tú al dejarte seducir te excitas. De noche me lo cuentas y aprovechamos esa excitación mañana por la noche. ¿Qué te parece?
Era cierto que en ocasiones a mi marido le gustaba que fantaseara con otros hombres para después contárselo pero esto parecía consistir en dar un paso más.
-¿Quieres que me deje seducir para después decirle que no?
-Sí, eso es. Si te excita puedes dejar que te acaricie un poco la cara o que te de un pequeño beso y después lo pones en su sitio.
Sentí vergüenza pero sólo pensar en esa caricia o en ese beso me excité.
-¿Y a ti te parece bien? Bueno, si el lo intenta lo puedo hacer porque quizá ya no lo intente más después del corte que le di hoy.
-Eso depende de él – respondió mi marido.
Al día siguiente en el trabajo no dejaba de pensar en el plan de mi marido. Yo siempre he sido una mujer bastante clasista y prepotente. Me negaba a mi misma que una mujer de mi clase y de mi nivel pudiera excitarse con la idea de ser tocada por un joven adolescente por muy guapo que fuera. Era una atracción puramente física, animal. Me preguntaba si se me volvería a insinuar, "ojalá". En cómo pararle los pies en el momento justo, en como reaccionaría él. Por supuesto no quería que estuviera mi sobrino delante. En fin, muchas cosas que había que tener en cuenta. Pero sobretodo pensaba en estar en cama con mi marido y medio contarle medio fantasearle lo que me pasara con aquel chico. Mi marido se iba a poner como loco, y yo sólo de imaginármelo...
Con el pulso y los latidos del corazón alterados pasaron las horas. Yo llegaba a casa a media tarde y mi marido de noche por lo que tenía unas tres horas para hacer efectivo el plan de mi marido. Aquel día llevaba un traje de chaqueta y pantalón de color negro y una blusa de seda granate. Hice lo de siempre, fui a la cocina, cogí un zumo y me lo llevé a la tumbona. Una vez ahí sólo tenía que esperar.
Y esperé…
Y esperé…
No pasaba nada. Los chicos a lo suyo. Estaban mi sobrino Carlos, Roberto y otro chico llamado Miguel, de pelo castaño y también bastante tímido. El plan no daba resultado y yo estaba cada vez más excitada por la dichosa idea de mi marido, por lo que decidí pasar a la acción. Me quité la chaqueta, la doblé y la puse sobre otra tumbona.
Esperé un poco más y no pasaba nada, el maldito crío a lo suyo. O era yo o era el día más caluroso del año. Me sentía extraña, en teoría si él no hacía nada mejor, al fin y el cabo el plan había nacido para darle una lección, sin embargo estaba convencida de que él intentaría algo conmigo y me sentía un tanto decepcionada. "No puedo más", pensé para mí, y desabroché los dos primeros botones de mi blusa. Me dije a mí misma que lo hacía porque tenía calor. Si se me acercara, como el día anterior, podría ver parte de mis pechos y yo creo que desde la piscina podría verme levemente el sujetador. Cuando desabroché el segundo botón un calor inmenso me invadió. Estaba al sol con ropa oscura intentando excitar a un chico que estaba buenísimo. Estaba inmensamente tensa y el sol castigando mi cuerpo me hacía sudar aún más. De pronto los chicos empezaron a reír, supuse que era por algo que habría dicho Roberto pero cual fue mi sorpresa cuando lo descubrí. Descubrí a la vez el motivo de su risa y el enorme bulto del bañador de mi sobrino. Él se apresuró a meterse en el agua completamente colorado y avergonzado, al parecer al intentar calentar a Roberto había excitado sobremanera a mi propio sobrino. Me quedé petrificada pensando en lo que acababa de contemplar, en el enorme miembro que se adivinaba debajo de aquel bañador. Más calor, más excitación. El plan no iba según lo esperado y no pude más. Recogí mi chaqueta y mi zumo y me fui a la casa. Subí al piso de arriba, seguía como en otro mundo. Estaba mareada por el calor y por la tensión. Apenas veía nada. Me desnudé lentamente y me metí en la ducha. Dejé que el agua fresca calmara mi calor, al menos mi calor externo. Mientras caía agua sobre mi cuerpo delgado, sobre mi melena negra capeada, sobre mis pechos, empecé a recordar. Pero… ¿A recordar qué? No sabía que me excitaba más si el impresionante cuerpo de Roberto o si el morbo, la timidez y el trozo de carne que escondía mi sobrino, ¡Mi propio sobrino! Creo que recordé a ambos. Unas caricias en mis pechos acabaron con mis dos manos acariciándome, con mis piernas temblando y acabando en un orgasmo maravilloso. Allí, yo sola en la ducha, pensando en aquel chico y en mi sobrino.
Esa noche mi marido me preguntó y le contesté que no había sucedido nada. -Quizás mañana- le dije, "ojalá mañana" pensé. No sabía si contarle lo de nuestro sobrino, que de golpe me daba tanto o más morbo que su amigo. No lo hice. Me daba vergüenza. "Estoy loca" pensé.
Si aquel día mi corazón había palpitado como nunca el día siguiente fue peor. Si el día anterior había hecho calor el otro día hizo más. Las horas no pasaban en la oficina. Estuve ausente todo el día. ¿Qué esperaba que pasase? Ya no lo sabía. ¿Con quién? Tampoco lo sabía.
Había decidido que era la última vez que intentaría llevar a cabo el plan. La situación era insostenible y no podía seguir así. Si Roberto no actuaba se habría acabado, fin de la historia.
Por fin llegó la hora. Aparqué el coche. Estaba inmensamente acalorada. Subí al dormitorio. Me quité el sujetador y me dejé puesta la blusa de seda de color dorado que llevaba, un collar de perlas y chaqueta y minifalda color blanco. Esperaba ir a la tumbona, esperar a que viniera Roberto y una vez en casa dejarme acariciar, quien sabe si besar y decirle que estaba casada y que él era un crío. No sabía muy bien como pero dejarle con la miel en los labios sería muy excitante. Ya me imaginaba contándoselo a mi marido esa noche. Bajé, me eché un poco de Martini en un vaso, me puse las gafas de sol y me fui a la tumbona. Otra vez los tres: Roberto, Miguel y mi sobrino Carlos.
De nuevo calor, mucho calor.
Yo los miraba. Ellos me miraban pero Roberto no venía ¿Y si venía mi sobrino? Ya me había quitado la chaqueta y el sudor hacía que mi blusa se me pegara al cuerpo. Recostada contemplándoles el sudor invadía mis piernas y mis pechos, la blusa se me pegaba al cuello y a los pechos dejando adivinar que no llevaba nada debajo. Pasaban los minutos y la única excitada parecía ser yo. En media hora había acabado mi bebida y nadie me había dirigido la palabra, apenas unas miradas inocentes.
"Se acabó", pensé. De todas formas la excitación, aún no habiendo pasado nada, era suficiente como para que mi marido y yo tuviéramos una buena dosis de sexo. Y así, excitada y decepcionada volví a la casa. Me fui a la cocina desde donde aún los veía en la distancia. Cogí una botella de agua fresca en la nevera y le di un trago. Luego apoyé mis manos en el frío mármol que rodeaba el fregadero y miré por la ventana hacia el jardín.
-¿Sabes? Antes lo dudaba pero ahora estoy convencido de que lo haces a propósito -. Era Roberto que había entrado en la cocina. Me dio un susto de muerte. Me quedé paralizada. Oía los pasos de sus pies descalzos por las baldosas acercándoseme lentamente pero yo no me volteé. ¿Qué haría él? ¿Qué haría yo?
-Ayer me enseñas el sujetador y hoy ya descaradamente me enseñas las tetas. ¿Es que tu marido no te folla como te mereces? -. Sus palabras me excitaban, ya tenía su aliento en mi nuca. Estaba tremendamente cachonda y mi entrepierna me lo confirmaba. ¿Era ese el momento de dejarlo con las ganas? Sus palabras me golpeaban fuertemente en la cabeza. Me había estado mirando las tetas estos días y yo que pensaba que ni se había fijado en mí. Me halagaba. Me excitaba.
Lentamente empezó a besarme el cuello desde atrás. ¿Es ahora? Pensaba yo. Los besos se tornaron en pequeños mordiscos que me hacían estremecer. Yo cerraba los ojos y me dejaba hacer.
-Me pusiste tan cachondo cuando estabas en la tumbona, con tu pinta de niña rica, mostrándome esos pezones a través de tu blusa…Estás tan buena Cristina, eres la fantasía de todos nosotros. Estos días no paramos de hacernos pajas pensando en ti, tu sobrinito también. Estás tan buena…- Yo gemía a cada mordisco, a cada palabra. Me los imaginaba tocándose pensando en mí, siendo el centro de sus fantasías como lo eran ellos de las mías. Si supieran lo de la ducha… -Mira como te estas poniendo de cachonda… -. En ese momento pasó sus manos por encima de mi blusa de seda, acariciándome las tetas, siempre por encima de la ropa. "Cuela esa mano por la blusa" pensaba. Mantenía los ojos cerrados pero sentía mis pezones queriendo escapar de mi cuerpo. Estaba completamente desesperada. Claramente había llegado el momento de mandarle parar pero mis pezones y mi coño no me lo permitían. Mi cabeza pensaba en mi marido pero mi cuerpo me pedía más susurros, más caricias…Notaba su pecho desnudo en mi espalda, estaba completamente mojado, como mi blusa, como mi falda, como mi coño. "Acaríciame más, descubre como me tienes" pensaba.
Sin embargo un "para" casi ininteligible salió de mi boca.
– ¿Seguro que quieres que pare?- me dijo. -Pararé si compruebo que no lo estas deseando-. En ese momento bruscamente envolvió mi falda en mi cintura dejando a la vista unas braguitas negras que me había regalado mi marido. Te prometo que pararé si realmente veo que quieres que pare. Yo ya sabía lo que venía y estaba completamente vendida. Mientras mantenía mis manos apoyadas y los ojos cerrados, él me abrió un poco las piernas y pasó dos dedos por encima de mis bragas, sobre mis labios que adivinaba completamente hinchados. Mojados. Una leve risa suya, un estremecimiento mío… -¿Estás segura de que no quieres seguir? Mírate. Estás chorreando, ¡Pero serás puta! Con lo recatadita que parecías con tu pinta de ejecutiva mal follada. ¿Quieres que siga? - Yo estaba en otro mundo. En el cielo. Mi marido y su plan habían desaparecido tan pronto había empezado a acariciarme, a susurrarme, a insultarme… Echó a un lado mi braguita y pasó un dedo por entre mis labios. El tacto de sus dedos en mí era el mayor placer del mundo, a la vez que vergonzoso el ruido que producían mis fluidos. Arrastraba sus dedos por mi interior para finalizar presionándome el clítoris, así una y otra y otra vez.
-¿Quieres que te folle?- Me susurró.
-Sí, le dije gimiendo.
-Vuelve a decírmelo.
-Quiero que me folles, por favor fóllame aquí mismo -. Eso le supliqué ya completamente desesperada. Estaba chorreando, sus dedos habían hecho mella y líquidos de mi interior resbalaban por sus dedos y mis piernas. Tan pronto escuchó mi respuesta desesperada me dio la vuelta y agarró mis pechos fuertemente con ambas manos. Con un par de manotazos había abierto mi blusa y ante sí se mostraron mis pechos completamente hinchados, que habían aumentado enormemente su tamaño por la excitación. Empezó a comérmelas. A mordérmelas. Me impregnaba completamente de saliva. Yo gritaba de placer y de dolor mientras le pedía que me las comiera, que me las comiera más fuerte. Cada vez gritaba más, estaba descontrolada. "Si me viera mi marido" pensaba fugazmente, pero en lugar de apartarme yo misma me agarré un pecho para que me lo comiera.
-No puedo más me dijo. Me agarró y me puso contra la mesa de la cocina.
-Fóllame, fóllame ya - . Le decía. Mi calentón era imperdonable. Se sacó el bañador sin que yo pudiera verle la polla y me quitó las bragas en dos tirones. Pasaron unos instantes desde que me las quitó, tiempo justo para que yo me imaginara a mi misma con la falda en la cintura, mis pechos contra la mesa y mis zapatos de tacón anclados en el suelo esperando sus embestidas. – ¿A que esperas? –le dije desesperada.
-Ahora, zorrita, ahora – Me dijo mientras ya notaba la punta en mi coño. ¡Dios mío era lo mejor del mundo! La metió lentamente pero de una sola vez, demostrando aún más mi excitación. Estaba completamente abierta. Abierta para él. La metía y la sacaba de mí y yo no paraba de gritar y pedirle que me diera más caña, estaba completamente ausente del mundo. Como si sólo existiera él, su polla y yo. Pero cuando ya pensaba que no podía estar más excitada empezó a tratarme como tantas veces le había pedido a mi marido que me tratara, empezó a insultarme mientras me tiraba de la melena hacia atrás. Él me decía que era una puta y como tal tenía que tratarme, mientras, yo le llamaba cabrón y a veces le decía que parara y otras veces que me diera más fuerte. El ruido de sus huevos chocando contra mí era ensordecedor. Me tiraba tan fuerte del pelo que mantenía todos nuestros músculos en absoluta tensión. El gusto de su polla entrando y saliendo de mí, el morbo de la situación, no me habrían dejado parar de follar aunque estuviera mi marido presente. Después de esos insultos estaba a punto de correrme cuando desde atrás escuché un "no puedo más". Se salió de mí, me agarró y arrodillándome empezó a masturbarse delante de mi cara. Sabía lo que venía, me estaba tratando como una puta, como quiero que me traten cuando estoy tan excitada, me estaba dando lo que yo quería sin él saberlo y se lo recompensé abriendo la boca y poniendo mis manos en la espalda. Empezó a gemir y a convulsionar mientras tenía su mano izquierda en mi cabeza y la derecha en su polla. Como un estallido empezó a salir semen de su joven pedazo de carne, los tres primeros en mi boca y hubo más que caían en mis pechos, en mi blusa y en mi falda. Tragué lo que pude y lo que no lo dejé caer de mi cara. Sin recuperar la compostura se la limpié suavemente como se merecía.
La infidelidad se había consumado pero mi excitación seguía intacta. El plan no había salido como se esperaba y realmente lo único que deseaba era que me follara otra vez. ¿Y si se lo decía a mi sobrino? ¡Qué vergüenza!
-¿Vamos a la piscina? – dijo Roberto como si nada hubiera sucedido.
-¿Qué? ¿Ahora? – Acerté a decir.
-Siento que te hayas quedado con las ganas, ¿Quieres más? –Dijo con cierta sorna.
Me abotoné la blusa bañada en semen y no dije nada. Mientras me ponía las bragas y me arreglaba la falda le miraba dándole a entender que sí, que quería que me follara una vez más.
-Pues a mí no me apetece mucho, me apetece más contarle mi proeza a tu sobrinito.
-Ni se te ocurra, por favor, en serio. No le digas nada a Carlos.
Roberto me miró pensativo y me dijo: - Haremos una cosa, tú me haces un favor y yo te hago otro. Tu favor será acompañarme así a la piscina.
-Vale, espera que me cambie- Le dije.
-No, no. Así. Tú me acompañas y te pones en tu tumbona como siempre pero así vestida. Manchada. Como una puta, que es lo que eres, y al cabo de un rato, si me apetece, vamos a tu dormitorio. Además si me obedeces no le diré nada a nadie.
Me miré y estaba completamente impregnada de su semen, sobretodo la blusa. Pero una imagen del chico follándome en mi dormitorio me hizo aceptar. Me lavé la boca y así vestida me fui con él a la piscina.
A cada paso me notaba más abierta. Me tumbé y vi como Roberto les decía algo, Miguel se rió y mi sobrino le miró de manera extraña. "Espero que haya cumplido el trato" pensaba yo.
Allí sentada disimulaba como podía, esperaba que los chicos pensaran que era agua lo que había en mi ropa. Pensé en mi marido, en que iba a decirle ahora. Pero por el contrario pensaba en si él cumpliría el trato, si me follaría…Tenía que correrme esa tarde como fuera, tenía que volver a sentirla dentro, aunque fuera lo último que hiciera.
Pasaban los minutos. Otra vez en aquella tumbona. Esperándole. Cada vez más calor, cada vez más caliente. Prefería no pensar en el repaso que me había dado Roberto, me daba vergüenza. Cada vez que parecía que salía de la piscina me daba un vuelco el corazón. Cada vez que notaba su leche en mi blusita me excitaba más. Las braguitas empapadas no hacían si no recordarme y esperanzarme de que aquel chico volvería a hacérmelo, a tratarme mal, justo lo que quería y no era capaz de expresar. De nuevo mis pezones se revelaban al escuchar mis pensamientos, de nuevo mis ingles me decían que hacía mucho calor, que estaba muy caliente. Cuando Roberto salió del agua no quise ni mirar mientras se me acercaba. Me intentaba distraer mirando para mi sobrino sentado al borde de la piscina, con los pies en el agua mirándome tímidamente.
Se situó de pie, a mi lado, y cuando deseaba con todas mis ganas una invitación para ir a la casa se agachó y me susurró al oído:
-Desabróchate la blusa.
-¿Cómo? – le dije en voz baja.
-El trato era que me obedecieses hasta que me volviera apetecer follarte, aún no me apetece, así que obedéceme.
-Eres un cabrón - . Le susurré. Mi sobrino no me quitaba la vista de encima y Miguel tampoco. Era muy descarado pero no podía desaprovechar la oportunidad. No podía dejar escapar aquella tarde. Lentamente me desabroché los botones de mi blusa. De uno en uno. Desde el del escote hasta el que montaba en mi falda. Dejé una fina línea de carne al descubierto, casi inapreciable, desde el cuello a la falda. Mientras lo hacía no dejaba de mirar a mi sobrino. Éste parecía no inmutarse. No se sorprendía en absoluto. No me parecía normal. Algo pasaba, algo se traían entre manos. Lo lógico sería una cara de sorpresa pero no, simplemente me miraba. Todos me miraban pero nadie decía nada. Más jugos en mi interior. Más desesperación.
-Ábrela -. Dijo Roberto autoritariamente.
Ahí si que realmente creí morir pero no había vuelta atrás. Puse mis manos a la altura de mis pechos y, muy lentamente, abrí mi blusa de seda con la punta de los dedos dejando completamente al descubierto mis hinchados senos que brillaban por la mezcla de saliva, sudor y semen. Orgullosos se veían erguidos a la vista de aquellos jóvenes. Mis pezones apuntaban al cielo más excitados si cabe que en la cocina. La tranquilidad de mi sobrino se tornó en una mirada atónita. Por fin me decidí. No lo había hecho antes porque no me atrevía, bajé la mirada y apunté con mis ojos al bañador de mi sobrino. Casi me desmayo de la excitación y sorpresa al ver aquello, aquel enorme bulto bajo su ropa. Un gigantesco joven trozo de carne deseando ser liberado. Devorado. Ya le sobresalía de su ropa asomando hacia el ombligo. Yo ya no podía más. La tensión sexual de aquella piscina había llegado al grado máximo.
-¿Qué me haces? – Le susurré a Roberto mientras giraba mi cabeza y le miraba a los ojos.
-Lo que tú me llevas pidiendo toda la semana.
-Llévame arriba y fóllame -. Le susurré.
El chico hizo caso omiso, bajó sus manos a mis tetas y empezó a sobarme. Yo cerré los ojos mientras oía pasos que se acercaban. Esas manos me abandonaron y escuché a Roberto quitarse el bañador liberando su joven polla que me apuntaba a la cara. Busqué a mi sobrino con la mirada. Él seguía en su sitio, no así Miguel que me flanqueaba al otro lado de la tumbona. Y así, mirando a los ojos de mi sobrino, sentado a escasos tres metros de mí me metí la polla de Roberto en la boca. Se la succionaba haciendo un ruido con mi saliva y su lubricación. Él volvía a acariciarme las tetas. Yo miraba a mi sobrino y mi sobrino me miraba a mí, deshaciéndose de su bañador. Lo tiró al agua dejando ver aquella monstruosidad. El morbo de aquel pollón de mi propio sobrino mientras se la chupaba al guaperas de su amigo era incomparable. Pronto mi sobrino empezó a masturbarse, lo hacía pensando en mí, en su tía rica. Yo quería tener aquello cerca, muy cerca, dentro de mí.
-Mira, Miguel, ¿ves como la chupa? Te lo dije, te dije que no era más que otra puta más como las que hay en clase.- Le decía Roberto riéndose. – Eres un hijo de puta le dije a Roberto entre chupada y chupada.
Miguel tan tembloroso como yo también se deshizo de su bañador y tímidamente puso su polla a unos 30 centímetros de mi cara. Era preciosa. Todos sus cuerpos me parecían maravillosos, tersos, duros. Miraba sus pollas como si nunca hubiera visto ninguna. Yo ya estaba tan fuera de mí que se la habría chupado a mi peor enemigo sin tan siquiera pedírmelo. Un gritito salió de la boca de Miguel con tan sólo un lengüetazo.
-Ésta la chupa mejor que tu novia, ¿Verdad Miguel? - Le decía Roberto.
Así estaba yo, sentada en mi tumbona, con una polla en cada mano, alternando mamadas a los dos amigos de mi sobrino mientras no apartaba los ojos de él. Mi cuerpo cada vez se balanceaba más y mi collar de perlas botaba sobre mis pechos. Seguía escuchando los insultos de Roberto que tan bien sabía que me encendían. El placer que les estaba dando, que me estaban dando, era impagable. Estaba completamente excitada cuando Miguel empezó a temblar y preguntó tímidamente:
-¿Puedo correrme en tus pechos?
-¿Qué si puedes? – Se adelantó Roberto, -Esta puta lo está deseando.
Yo no dije nada y dejé que se viniera encima de mí. De nuevo múltiples chorros de semen de un amigo de mi sobrino caían en mi cuerpo. Miguel gemía, Roberto se reía y yo cada vez más excitada, todavía sin correrme. Aunque una simple caricia en mi entrepierna me haría estallar. Aquel adolescente de cara increíblemente inocente me había bañado completamente el cuerpo y la ropa.
Cuando por fin sucedió lo que más ansiaba. Ví a mi sobrino acercarse a nosotros. No sabía lo que haría, quizás se avergonzaría de mí y se marcharía. Quizás a contárselo a mi marido o a su madre. Contemplando la escena me dijo:
-Tía, ¿Puedo...?
No terminó la frase y me quedé atónita por la dimensión de su insinuación y de su miembro que a esa distancia asustaría a cualquiera. ¡Dios mío, no me lo podía creer, qué excitación! ¿Qué pensaría mi marido si me viera, ¿Y mi hermana?
Se hizo un silencio entre la vorágine de acontecimientos y como si de un cualquiera se tratase le dije: - Puedes follarme -. Mi voz salía temblorosa ante la mirada atónita de los tres chicos.
-¿Cómo lo hago? Me preguntó asustado.
-Siéntate aquí. – Le contesté. Aquella mujer no era yo pero el desarrollo de esos dos días habían hecho que la mujer responsable y casi indiferente al sexo se convirtiera en una fulana con ganas de ser follada. Por quién fuera. Estaba desesperada. Había pasado más de una hora desde mi llegada a casa aquella tarde y sólo pensaba en correrme de una vez. Me daba igual que fuera con mi sobrino o quizás sería hasta mejor.
Me levanté y me caía semen, sudor y mis propios fluidos por todas partes. Mi sobrino se tumbó y yo dándole la espalda, echando a un lado mi braguita y recogiendo mi falda en la cintura me dispuse a montarle.
Miguel atónito, Roberto riéndose y mi sobrino y yo un tanto asustados.
Apenas conseguía agarrarla con una mano y poco a poco con una pierna a cada lado de su cuerpo me la fui metiendo no sin dificultad. Cuando sentí la punta noté que el mundo dejaba de girar. Tan solo se oía silencio.
Nunca, jamás me habría entrado esa enorme polla, pero ese día si. Me senté sobre él y empecé a subir y bajar una y otra vez. El chico gritaba un poco y yo gritaba muchísimo. Cada vez más alto. Más fuerte. Me estaba follando a mi sobrino en mi propio jardín ante la mirada atónita de sus amigos. Las paredes de mi interior me ardían, como todo mi cuerpo. Cada vez me la metía más y me la sacaba más. Mi cuerpo subía y bajaba, como mis pechos, como mi carísimo collar de perlas. Hasta que ya no pude y avisándoles de mi enorme placer me corrí.
Se hizo por fin un silencio tras mis gritos…
Casi pierdo el conocimiento del gusto. Con todo mi cuerpo bañado en el esperma de esos chicos, follada por mi propio sobrino…
Roberto empezó de nuevo a hacer comentarios sobre lo puta que era y lo buena que estaba pero ahora a mi sobrino eso ya no le molestaba.
-¿Puedo hacerlo desde atrás? -Volvió a preguntar tímidamente mi sobrino. De nuevo todos boquiabiertos. Nadie sabía que podría pasar al segundo siguiente.
-Claro - Le susurré de manera cómplice.
Estábamos todos tan sorprendidos del desarrollo de los acontecimientos que ahora hasta parecía ser Roberto el más sorprendido. Sin más contemplaciones me puse sobre el céspez a cuatro patas. Mi sobrino se arrodilló detrás de mí y Roberto delante. De nuevo la polla de mi sobrino en mi coño y de nuevo la polla de Roberto en mi boca. Mi sobrino me empujaba hacia su amigo como si hubiera perdido de un suspiro su timidez. Como si fuera una desconocida. Ya no era su tía. Él ya no era mi sobrino. Sólo un cabrón que me follaba sin piedad. Y de nuevo mi cuerpo, mis tetas y mi collar balanceándose.
-¿Te das cuenta que estás desvirgando a tu sobrino? –Me dijo Roberto.
Una bocanada de calor azotó mi cuerpo al oír eso. Jamás me lo hubiera imaginado. Me estaba follando como un animal sin el más mínimo signo inexperiencia. La situación de nuevo insostenible, el morbo de nuevo en su grado máximo. Mi sobrino no pudo más, Roberto no pudo más. Yo tampoco. Mi sobrino acabó en mi coño, Roberto en mi boca y yo sufrí un segundo orgasmo que no pude gritar pero que fue el que más saboreé de toda mi vida.
Todos nos quedamos exhaustos. El sol en nuestras caras, en nuestros cuerpos. La mezcla de líquidos en mí me mantenía consciente de lo que acababa de pasar. Miguel nos miraba a los tres aún con incredulidad. Sin mediar palabra me fui empapada tanto yo como mi ropa a darme una ducha. Allí no pensé en nada. Sinceramente no creía que le fueran a decir nada a mi marido y en tal caso yo lo negaría. Le diría que como lo había dejado en evidencia se querían vengar. En la ducha me di cuenta de lo abierta que me había dejado mi sobrino. Mi sobrino… sólo de pensarlo…
Carlos y sus amigos se fueron a cenar fuera y ni siquiera coincidieron en casa con mi marido. Esa noche, una vez en la cama mi marido me preguntó si había pasado algo, yo le dije que más o menos todo según lo planeado.
-¿Te excitaste?
-Sí, un poco.
-¿Sabes Cris? Estoy deseando que me cuentes si le llegaste a besar y como fue ese beso. Hoy en el trabajo tenías puesta tu blusa de color dorado, ¿Por qué no te la vuelves a poner? Ya sabes que me parece que estás muy sexy con ella puesta.
Miré a la silla y allí estaba la blusa, reseca, completamente manchada y arrugada. Me acerqué a ella, la cogí y se la enseñé. -No sé, cariño. Ya ves que me manché un poco.
-Da igual, póntela. Si le besaste con ella puesta me pongo más en situación.
Y así con la blusa manchada del semen de mi sobrino y sus amigos me folló mi marido. Me dijo que me veía más caliente que nunca. La razón era simple: No lo veía a él si no a mi sobrino o a Roberto. No permití que dejara de follarme en toda la noche y mientras cerraba los ojos, me mordía el labio para no gritar los nombres de aquellos chicos.
Lo que mi marido no sabría nunca era que aquella tarde me habían hecho de todo menos lo que el fantaseaba: Ese ansiado beso.